
- ¡Alto! -al habla la Guardia Civil-:¿de donde viene?
- Yo....- pánico escénico. Ante tales situaciones siempre, absolutamente siempre, me creo culpable de todos y cada uno de los delitos cometidos en los últimos veinte años. Sólo me hace falta salir del coche, hincar rodillas en suelo y reclamar ante la benemérita: ¡sí, fuí yo!¡flagéleme!
- ¿que de donde viene? ( tono, ¿ estás atontada, o qué?)
- Ah...eh...de la universidad, de un examen ( no suena demasiado creible. Mis 30 años hacen que parezca que miento).
- Documentación.
- Ahora mismo-. Sigo con esa sonrisa entre nerviosa y niña buena permanente. Es más en alguna época creí que aquello me libraría de todos los controles. Es hora de plantearse un cambio de registro. Estos tipos no son nada simpáticos.
- Salga del coche, por favor.
- Ay mimá, ay mimá- ( ya os hablé de mi doble nacionalidad vasco-gallega que aparece cuando menos se le espera). ¿ Pasa algo?
- Procederemos a registrar su vehículo.
Yo quiero llorar. Me pongo nerviosa, sudo, mi agitación va en aumento. Si no fuera por que soy una madurita de lo más atractiva, pataleaba de un momento a otro. Respira Moon, respira, matar a aquel tipo fue sólo un accidente ( ¿ divago? lo que me faltaba!!).
Y entonces, llega la mejor parte. Aquella en la que recuerdo porqué la farruca invirtió tanto empeño y nunca dió sus frutos. El motivo que le hace confundir los sinónimos guarra y desordenada. El porqué tendría más miedo de su presencia en ese escenario que el de la propia autoridad del Estado. El agente procede a abrir mi maletero.
¡ Válgame Dios!
Libros, revistas, cd´s, 3 sombreros de farras de última hora, una mochila de gimnasio, apuntes, balón de playa, camisetas sin usar, bolso de la playa, y un largo ecétera. Sí, por momentos creo morir ante la cara del agente y me prometo a mí misma que en cuanto marche a mi casa, limpiaré aquello como Dios manda. A puntito estuve de ser acusada de Bazar Chino móvil.
Cierre autoritario y potente de mi maletero. Suspiro y mirada de : " vaya telita, guapa". Y un continúe, hace que el agente se diera por vencido y pensara: " cualquiera levanta todo esto para encontrar al muerto". Así que yo, con mi dignidad por los suelos y mi reputación trastocada por momentos, decido mantener sonrisa, aguantar el llanto, montarme en mi coche y seguir hasta casa, no sin antes, quedarme con las ganas de suplicar a aquel muchacho de traje verde: " por favor, que conste donde le de la gana, pero no se lo diga a mi madre".
Lo único que me faltaba.