lunes, 5 de diciembre de 2011

Mis cuñadas y la fauna animal

Creo que nunca os he contado el amor de mi familia política por los animales.

Ojo, no me vayáis a mal interpretar, no seré yo quien decida a quien ama cada uno, Dios, o quien quiera que decida, me libre.

La cuestión, es que en la familia de mi hombre el número de animales son contabilizados como miembros familiares también, por tanto, su árbol genealógico, cuanto menos, es un tanto complicado.

El día que conocí a mi suegra hacía una extraña referencia a sus dos niñas. Yo, que siempre creí estar compartiendo vida y lecho con hijo único, miraba extrañada a esa mujer que se desvivía y mantenía angustiosas conversaciones con mis cuñadas. Las muy perras.



Mi relación con mis cuñadas perrunas era por decirlo de alguna manera muy correcta. Desde un primer momento, no mostraron gran alegría ante mi presencia ( algo normal, si tenemos en cuenta que me llevaba al único hijo varón del matrimonio) y yo, que siempre había deseado a unas cuñadas con las que compartir compras y no hueso, les hacía el caso justo. Aún así, me gustaba nuestra relación. Ellas no me daban besos de bienvenida, yo pasaba por alto su galopante alopecia al visitar mi sofá. Un trato perfecto.

Tras el fallecimiento de ambas y ante la incapacidad de concebir una vida de hijos únicos, la tia de mi santo marido ( madre de mi primo el perro) tuvo la brillante idea de aparecer un día en casa con otro miembro adoptivo: una gata. No, no, ella no podía haberle regalado un par de peces...noooo, ni tan siquiera una inofensiva tortuga, noo...ella tuvo que aparecer con una gata con una alta incapacidad de adaptación y malicia en proporciones similares. Una ilusión la mía.


Mi expresión al verla aparecer no fue otra que la mirar a mi hombre y comentarle que ese día conducía él, yo necesitaba alcohol para superar aquella comida familiar. Sabía la que se avecinaba en tales casos. Tocaba una tortuosa conversación que girara en torno a la raza no humana. Los asientos serían ocupados también por aquellos miembros no racionales y a modo de celebración se viviría el más puro canibalismo entre ellos comiendo parte del jamón jabugo que reinaba en la mesa. Un despropósito absoluto.

No me equivoqué. Nunca lo hago al respecto. Menos mal que al menos la gata nos salió revoltosa y ante la presentación de su primo el perro, éste emitió un ladrido a modo de saludo y la pobre felina al asustarse pegó tal salto desde los brazos de mi suegra que pasando por encima de mi persona ( no sabéis el susto, sentí que iba a ser atacada por momentos) fue a parar a las recién estrenadas cortinas de la casa para consecuentemente resbalar por ellas y dejar unas rajas preciosas nada acordes con la decoración del dulce hogar.

Ante el dramatismo de la escena, seguí sin levantar cabeza del plato, degustando mi txangurro y apurando la botella de vino como prometí previamente.

"Me gustaban más mis anteriores cuñadas"- pensé.

Ayyy...qué malo es esto de los amores perros.





















3 comentarios:

  1. A mí también me gustaban más tus difuntas cuñadas. No veas qué rabia me dan los gatos.
    Y digo yo, ¿le pone ropita tu suegra y tal...?
    Menos mal del vino.
    Fani

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  2. Te entiendo, yo soy más de perros...

    Besicos

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  3. Fani, ¿ropita? ay no, por favor...pero qué quieres que te diga, prefiero eso que el hecho de que se le de jamón jabugo...eso sí que es doloroso!!

    Belén, ya sabía yo que algo má snos unía

    Besos

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